domingo, 23 de enero de 2011

Los tres aspectos de las decisiones

Cada uno de nosotros ha venido a esta tierra con todos
los medios necesarios para tomar decisiones correctas.

Mis amados hermanos del sacerdocio, mi ferviente oración esta noche es que pueda recibir la ayuda de nuestro Padre Celestial al expresar las cosas que me siento inspirado a compartir con ustedes.
Últimamente he estado pensando en las decisiones y sus consecuencias. Ni siquiera pasa una hora del día en la que no tengamos que tomar decisiones de una u otra índole. Algunas son triviales, pero otras son de mayor alcance; algunas no marcarán ninguna diferencia en el orden eterno de las cosas, mientras que otras marcarán toda la diferencia. Al contemplar los diversos aspectos de las decisiones, las he colocado en tres categorías:
Primero, el derecho de elegir
Segundo, la responsabilidad de elegir
Tercero, los resultados de elegir.


Los llamo los tres aspectos de las decisiones. Menciono primeramente el derecho de elegir. Estoy tan agradecido a un amoroso Padre Celestial por el don del albedrío, o el derecho de elegir. El presidente David O. McKay, noveno Presidente de la Iglesia, dijo: “Después de la concesión de la vida misma, el don más grande que Dios ha dado al hombre es el derecho de dirigir esa vida”.

Sabemos que antes de que este mundo fuese, teníamos nuestro albedrío y que Lucifer trató de quitárnoslo. Él no confiaba en el principio del albedrío o en nosotros, y abogó por imponer la salvación. Insistía en que con su plan no se perdería nadie, pero no parecía reconocer —o quizás no le importaba— que además de eso, nadie tendría más sabiduría, más fuerza, más compasión ni más agradecimiento si se seguía su plan. Nosotros, los que elegimos el plan del Salvador, sabíamos que nos embarcaríamos en una jornada peligrosa y difícil, porque caminamos por los caminos del mundo y pecamos y caemos, alejándonos de nuestro Padre. Pero el Primogénito en el Espíritu se ofreció a Sí mismo como sacrificio para expiar los pecados de todos. A través de un sufrimiento indescriptible, Él llegó a ser el gran Redentor, el Salvador de toda la humanidad, lo que hace posible que regresemos con éxito a nuestro Padre. El profeta Lehi nos dice: “Así pues, los hombres son libres según la carne y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él busca que todos los hombres sean miserables como él”. Hermanos, dentro de los confines de cualquier circunstancia en la que nos encontremos, siempre tendremos el derecho de elegir.

Segundo, con el derecho de elegir viene la responsabilidad de elegir. No podemos ser neutrales; no hay un terreno intermedio. El Señor lo sabe; Lucifer lo sabe. Mientras vivamos en esta tierra, Lucifer y sus huestes nunca abandonarán la esperanza de obtener nuestras almas. Nuestro Padre Celestial no nos lanzó en nuestra jornada eterna sin proporcionar los medios por los
cuales pudiésemos recibir de Él guía divina para ayudarnos en nuestro regreso a salvo al final de la vida mortal. Me refiero a la oración. Me refiero, también, a los susurros de esa voz suave y apacible que llevamos en nuestro interior, y no paso por alto las Santas Escrituras, escritas por marineros que navegaron con éxito los mares que nosotros también debemos cruzar. Cada uno de nosotros ha venido a esta tierra con todos los medios necesarios para tomar decisiones correctas. El profeta Mormón nos dice: “…a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal”.
Estamos rodeados —y a veces nos acosan— los mensajes del adversario. Escuchen algunos de ellos; seguro les resultarán conocidos: “Sólo esta vez no importará”. “No te preocupes; nadie lo sabrá”. “Puedes dejar de fumar, o de beber, o de tomar drogas en el momento que lo quieras”. “Todos lo hacen, así que no puede ser tan malo”. Las mentiras son interminables. Aunque en nuestra jornada encontraremos bifurcaciones y vueltas en el camino, simplemente no podemos darnos el lujo de tomar un desvío del que tal vez nunca regresemos. Lucifer, ese astuto flautista mágico, toca su cadenciosa melodía y atrae a los desprevenidos, alejándolos de la seguridad de su camino escogido, del consejo de padres amorosos, de la seguridad de las enseñanzas de Dios. Busca no sólo a lo que se le llama escoria de la humanidad, sino que nos busca a todos nosotros, incluso a los elegidos de Dios. El rey David escuchó, flaqueó, y después siguió y cayó. Lo mismo hizo Caín en una época anterior, y Judas Iscariote en una posterior. Los métodos de Lucifer son astutos y numerosas sus víctimas. Leemos de él en 2 Nefi: “…a otros los pacificará y los adormecerá con seguridad carnal”. “…a otros los lisonjea y les cuenta que no hay infierno…hasta que los prende con sus terribles cadenas”. “…y los conduce astutamente al infierno”.
Al enfrentarnos a decisiones importantes, ¿cómo decidimos? ¿Cedemos a la promesa de placer momentáneo? ¿A nuestros impulsos y pasiones? ¿A la presión de nuestros compañeros? No seamos indecisos como Alicia, en el cuento clásico de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Recordarán que ella se encuentra ante un cruce de caminos con dos senderos por delante, cada uno en direcciones opuestas. Ahí se encuentra con el gato Cheshire, al que le pregunta:“¿Qué camino debo tomar?”.El gato contesta: “Depende mucho del punto adonde quieras ir. Si no sabes adónde quieres ir, no importa qué camino sigas”. A diferencia de Alicia, todos nosotros sabemos a dónde queremos ir, y importa el camino que tomemos, ya que al seleccionar nuestro sendero, escogemos nuestro destino. Constantemente tenemos decisiones
ante nosotros. A fin de tomarlas sabiamente, se necesita valor, el valor para decir no, y el valor para decir sí. Las decisiones sí determinan nuestro destino. Les suplico que tomen la determinación aquí mismo, ahora mismo, de no desviarse del sendero que nos llevará a nuestra meta: la vida eterna con nuestro Padre Celestial. A lo largo de ese sendero estrecho y certero hay otras metas: servicio misional, casamiento en el templo, actividad en la Iglesia, estudio de las
Escrituras, oración, obra del templo. Hay innumerables metas dignas que lograr en nuestro trayecto por la vida. Se necesita nuestro compromiso para lograrlas. Por último, hermanos, hablo de los resultados de las decisiones. Todas nuestras decisiones tienen consecuencias, algunas de las cuales tienen poco o nada que ver con nuestra salvación eterna, y otras tienen todo que ver con ella. Si se ponen una camiseta verde o una azul, a la larga eso no tiene importancia. Sin embargo, si deciden presionar una tecla de la computadora que los lleve a la pornografía, eso marcará toda la diferencia en su vida. Habrán tomado un paso que los quitará del sendero estrecho y seguro. Si un amigo los presiona a beber alcohol o a probar drogas y ustedes ceden a la presión, estarán tomando un desvío del que tal vez no regresen. Hermanos, no importa si somos diáconos de doce años o sumos sacerdotes maduros, todos somos susceptibles. Que mantengamos nuestros ojos, nuestro corazón y nuestra determinación centrados en esa meta que es eterna y que vale cualquier precio que tengamos que pagar, pese al sacrificio que tengamos que hacer para lograrla. Ninguna tentación, ninguna presión, ningún incentivo nos puede vencer a menos que lo permitamos. Si tomamos la decisión incorrecta, no tenemos que culpar a nadie sino a nosotros mismos. El presidente Brigham Young expresó esta verdad en una ocasión, refiriéndose a sí mismo. Dijo: “Si el hermano Brigham tomara el camino equivocado y se quedara afuera del Reino de los cielos, nadie tendría la culpa más que el hermano Brigham. Yo soy el único ser en el cielo, la tierra o el infierno que tendría la culpa”; y agregó: “Esto se aplicará igualmente a todo Santo de los Últimos Días. La salvación es un esfuerzo individual”. El apóstol Pablo nos ha asegurado: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.
Todos hemos tomado decisiones incorrectas. Si aún no hemos corregido esas decisiones, les aseguro que hay una manera de hacerlo. Al proceso se le llama arrepentimiento. Les suplico que corrijan sus errores. Nuestro Salvador murió para proporcionarnos ese bendito don a ustedes y a mí. A pesar de que el sendero no es fácil, la promesa es real: “…aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. “…y yo, el Señor, no los recuerdo más”. No pongan su vida eterna en peligro. Si han pecado, cuanto más pronto empiecen a volver al camino, más pronto encontrarán la dulce paz y el gozo que vienen con el milagro del perdón. Hermanos, ustedes son de linaje real. Su meta es la vida eterna en el reino de nuestro Padre. Esa meta no se logra en un glorioso intento, sino que es el resultado de toda una vida de rectitud, la acumulación de buenas decisiones, incluso una constancia de propósito. Al igual que con cualquier cosa que realmente valga la pena, la recompensa de la vida eterna requiere esfuerzo.
Las Escrituras son claras: “Mirad… que hagáis como Jehová vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a la derecha ni a la izquierda. “Andad en todo camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado”.

Para finalizar, permítanme compartir con ustedes el ejemplo de alguien que a temprana edad decidió cuáles serían sus metas. Me refiero al hermano Clayton M. Christensen, un miembro de la Iglesia que es profesor de administración de empresas en la facultad de economía de la Universidad Harvard. Cuando tenía dieciséis años de edad, el hermano Christensen decidió, entre otras cosas, que no jugaría deportes en domingo. Años más tarde, cuando asistió a la Universidad Oxford en Inglaterra, jugó de centro en el equipo de baloncesto. En la temporada de ese año habían salido invictos y lograron el equivalente británico de lo que en Estados Unidos sería el campeonato universitario de baloncesto NCAA. Ganaron fácilmente los partidos en el campeonato, clasificándose entre los cuatro finalistas. Fue entonces que el hermano Christensen se fijó en el calendario y, para su consternación, vio que el último partido estaba programado para un domingo. Él y el equipo se habían esforzado mucho para llegar hasta ese punto, y él era el centro de los jugadores que inician el partido. Fue a hablarle al entrenador sobre su dilema, quien se mostró indiferente y le dijo al hermano Christensen que esperaba que participara en el juego. Sin embargo, antes del partido final, se jugaría una semifinal. Lamentablemente, el centro de los suplentes se había dislocado el hombro, lo que aumentó la presión para que el hermano Christensen jugara en el último partido. Se fue al cuarto del hotel y se arrodilló para preguntarle a su Padre Celestial si estaría bien, si sólo por esa vez, jugaba en domingo. Dijo que antes de terminar de orar, recibió la respuesta: “Clayton, ¿para qué me lo preguntas? Ya sabes la respuesta”. Fue a donde estaba el entrenador para decirle que lamentaba mucho que no jugaría en el partido final. Después se fue a las reuniones dominicales del barrio local mientras su equipo jugaba sin él. Él oró fervientemente para que ellos tuvieran éxito, y ellos ganaron. Esa difícil y trascendental decisión se tomó hace más de treinta años. El hermano Christensen ha dicho que, con el transcurso del tiempo, considera que fue una de las decisiones más importantes que ha tomado. Hubiera sido muy fácil haber dicho: “Como sabrá, en general, santificar el día de reposo es el mandamiento correcto, pero en mi particular circunstancia atenuante, está bien, sólo por esta vez, si no lo hago”. No obstante, dice que toda su vida ha llegado a ser una serie interminable de circunstancias atenuantes, y que si hubiera hecho una excepción sólo aquella vez, entonces la próxima vez que hubiera surgido algo que fuera sumamente difícil e importante, hubiera sido mucho más fácil volver a hacer otra excepción. La lección que aprendió es que es más fácil cumplir los mandamientos el 100 por ciento del tiempo que un 98 por ciento del tiempo. Mis amados hermanos, que estemos llenos de gratitud por el derecho de elegir, que aceptemos la responsabilidad de elegir, y seamos siempre conscientes de los resultados de las decisiones. Como poseedores del sacerdocio, todos nosotros, unidos como uno, podemos hacernos merecedores de la influencia guiadora de nuestro Padre Celestial al elegir cuidadosa y correctamente. Estamos embarcados en la obra del Señor Jesucristo. Nosotros, como aquellos de tiempos antiguos, hemos respondido a Su llamado. Estamos en Su obra. Tendremos éxito en el mandato solemne: “…sed limpios los que
lleváis los vasos de Jehová”. Ruego que así sea, es mi solemne y humilde oración. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Por el presidente Thomas S. Monson
Octubre 2010