lunes, 21 de febrero de 2011

PIEDRAS ANGULARES DE UN HOGAR FELIZ

por el presidente Gordon B. Hinckley
En la charla fogonera para matrimonios llevada a cabo en el Tabernáculo de la Manzana del Templo el 29 de enero de 1984.

Siempre tengo presente la ternura de mi padre hacia mi madre. Ella murió a la edad de 50 años y durante su enfermedad, mi padre se desvivía por atenderla y hacerla sentir tan cómoda como pudiera. Pero esto no fue algo que aconteció debido a la enfermedad de mi madre, sino que siempre fue así.

En nuestro hogar de la infancia, nosotros sabíamos, y nos resultaba evidente debido a lo que se percibía y no a ninguna declaración, que ellos se amaban, se respetaban y se honraban mutuamente.

Que bendición ha resultado eso para nosotros. De niños nos proporcionaba una inmensa seguridad. Al ir creciendo nuestros pensamientos y nuestras acciones, se vieron inspirados por el recuerdo de aquel ejemplo.

Mi amada compañera y yo hemos estado casados ya por más de medio siglo. También ella tiene la bendición de haber sido criada en un hogar en el que reinó siempre un espíritu de compañerismo, amor y confianza. Sé que la mayoría de ustedes proviene de hogares así; lo que es más, sé que la mayoría de ustedes vive vidas felices y llenas de amor en sus propios hogares. Pero también hay muchas personas, realmente muchas, que no son tan felices.

Siempre tengo presente la ternura de mi padre hacia mi madre. Ella murió a la edad de 50 años y durante su enfermedad, mi padre se desvivía por atenderla y hacerla sentir tan cómoda como pudiera. Pero esto no fue algo que aconteció debido a la enfermedad de mi madre, sino que siempre fue así.

En nuestro hogar de la infancia, nosotros sabíamos, y nos resultaba evidente debido a lo que se percibía y no a ninguna declaración, que ellos se amaban, se respetaban y se honraban mutuamente.

Que bendición ha resultado eso para nosotros. De niños nos proporcionaba una inmensa seguridad. Al ir creciendo nuestros pensamientos y nuestras acciones, se vieron inspirados por el recuerdo de aquel ejemplo.

Mi amada compañera y yo hemos estado casados ya por más de medio siglo. También ella tiene la bendición de haber sido criada en un hogar en el que reinó siempre un espíritu de compañerismo, amor y confianza. Sé que la mayoría de ustedes proviene de hogares así; lo que es más, sé que la mayoría de ustedes vive vidas felices y llenas de amor en sus propios hogares. Pero también hay muchas personas, realmente muchas, que no son tan felices.


IGUALDAD EN EL MATRIMONIO



A los hombres que me escuchan, dondequiera que se encuentren, les digo que si son culpables de un proceder menoscabante hacia sus respectivas esposas, si tienen la tendencia a actuar dictatorialmente para con ellas, si son egoístas y abusadores en sus accio¬nes en el hogar, si así es, deténganse y arrepiéntanse. Arrepiéntanse ahora mientras tienen la oportunidad de hacerlo.


Á ustedes esposas que pasan la vida quejandose y viendo únicamente la parte negativa de las cosas y que sienten que no se les ama ni se les estima, autoanalícense. Si descubren que hay algo equivocado, corríjanlo. Anímense a sonreír, cuiden su apariencia personal y su atractivo. Se negarán a ustedes mismas la felicidad y sembrarán sólo miseria si constantemente se quejan y no hacen nada por enmendar sus propias faltas. Elévense por encima de los clamores de los derechos femeninos y caminen en la dignidad que les corresponde por ser hijas de Dios.

Ha llegado el momento en que debemos dejar el pasado atrás en un espíritu de arrepentimiento y vivir el evangelio con renovada dedicación. Ha llegado el momento en que los cónyuges que se hayan ofendido mutuamente pidan perdón y resuelvan cultivar el respeto y el afecto recíproco, caminando ante el Creador como hijos e hijas dignos de sus bendiciones.

Quisiera leer las palabras del Señor con unas pocas modificaciones:
"El que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán uno. Y ya no serán dos sino que serán uno." (Mateo 19:4-6.)

Dios, el Eterno Padre, dispuso que fuéramos compañeros. Eso implica igualdad.
El matrimonio no es una aventura a la que nos lanzamos intrépidamente. Por supuesto que hay peligros, pero éstos son secundarios ante las grandes oportunidades y mayores satisfacciones que derivan del hacer el egoísmo a un lado y procurar el bienestar mutuo.

Hace algunos años recorté de un periódico un artículo en el que se leía:
"Parece haber una superstición entre muchos miles de jóvenes que se toman de la mano y se abrazan amorosamente en los cines, en el sentido de que el matrimonio es una cabana rodeada de malvas perpetuas, a la que un esposo perpetuamente joven y bien parecido llega a los brazos de una esposa perpetuamente joven y hermosa. Cuando las malvas se marchitan y el aburrimiento y las cuentas comienzan a aparecer, los tribunales civiles se atestan de casos de divorcios.

"Todo aquel que suponga que este proceso es normal irá a perder una enorme cantidad de tiempo gritando a los cuatro vientos que .ha sido robado . . .

"La vida es como un viejo camino campestre: las demoras, las piedras, los abrojos, el polvo, son de tanto en tanto interrumpidos por un paisaje hermoso y algún que otro tramo llano en el camino. El secreto está en dar gracias al Señor por permitirle a uno tan siquiera haber salido de paseo."

El secreto, mis hermanos y hermanas, está en disfrutar del viaje, tomados de la mano como compañeros enamorados. Todos podemos hacerlo mediante un esfuerzo disciplinado de vivir el evangelio.
Recuerden que "si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican". (Salmos 127:1.)

CUATRO PIEDRAS ANGULARES

Arriesgándome a repetir algo que quizás haya dicho antes, quisiera sugerir cuatro piedras angulares sobre las que edificar y nutrir nuestros hogares. No vacilo en prometerles que si así lo hacen, sus vidas se enriquecerán y derivarán de ellas mayor bienestar y la dicha será eterna.

1. RESPETO MUTUO




La primera de estas cuatro piedras angulares es el respeto mutuo.
Cada uno de nosotros es una persona distinta; somos entes autónomos. Y esas cosas que nos hacen diferentes merecen ser respetadas. Y aun cuando es necesario que el hombre y la mujer se esfuercen por acortar tales diferencias, se deben reconocer que existen y que no son necesariamente indeseables. Debe existir respeto del uno para con el otro, por encima de esas diferencias. De hecho, son precisamente esas diferencias las que hacen el matrimonio algo más interesante.

Por mucho tiempo he sostenido que la felicidad en el matrimonio no dependet anto del romanticismo como del constante interés hacia el bienestar del cónyuge. Eso requiere estar dispuesto a pasar por alto debilidades y errores.
Un hombre dijo:
"El amor no es ciego — el amor ve más, no menos. Pero precisamente por ver más, está dispuesto a ver menos." (Julius Gordon, Treasure Chest, ed. Charles L. Wallis [New York: Harper and Row, 1965], pág. 168.)

Muchas son las personas que deben dejar de buscar errores y comenzar a reconocer las virtudes. Un conocido escritor declaró en una oportunidad que "la esposa ideal es cualquier mujer casada con un hombre ideal". (Booth Tarkington, Looking Forward and Others [Gar-den City, N.Y.: Page and Co., 1926], pág. 97.] Lamentablemente hay mujeres que quieren volver a crear a sus respectivos esposos: conforme a su diseño. Algunos esposos lo aceptan como su prerrogativa a fin de esperar que sus esposas se ajusten a aquellas normas que ellos consideran ideales.

Eso jamás da resultado. Lleva únicamente a la contención, a la falta de comprensión y a la amargura.

Debe existir respeto hacia los intereses mutuos. Debe haber oportunidades y estímulo para el desarrollo y la expresión de los talentos individuales. Todo hombre que niega a su esposa el tiempo y el estímulo para que ella desarrolle sus talentos se niega a sí mismo y a pus hijos una bendiriórn que podría engalanar su hogar y su vida.

Es común que digamos que somos hijos e hijas de Dios. El evangelio no ofrece ninguna base para suponer que exista superioridad e inferioridad entre el hombre y la mujer. ¿Es que acaso creemos que Dios, nuestro Padre Eterno, ama menos a sus hijas que a sus hijos? Ningún hombre puede menospreciar a su esposa e inferiorizarla como hija de Dios sin ofender al hacerlo a su Padre Celestial.

Me ofende la sofistería de que para lo único que sirve una mujer Santo de los Últimos Días es para "estar confinada en la casa y embarazada". Se trata de una frase astuta, pero falsa. Por supuesto que creemos en tener hijos. El Señor nos dijo que nos multiplicáramos en la tierra a fin de poder tener gozo en nuestra posteridad, y no hay mayor gozo que aquel que deriva de tener hijos felices y darles un buen hogar. Pero el Señor no ha especificado cantidad alguna ni tampoco lo ha hecho la Iglesia. Ese es un asunto que queda entre la pareja y el Señor.

La declaración oficial de la Iglesia en este asunto dice lo siguiente:
"Los esposos deben ser considerados para con sus respectivas esposas, quienes tienen la mayor responsabilidad no solamente de dar a luz a los hijos sino de velar por ellos desde su infancia, y deben ayudarlas a conservarse saludables y fuertes. Las parejas casadas deben ejercer autocontrol en todos los aspectos de su relación. Deben procurar la inspiración del Señor en todas las instancias de su vida matrimonial y en la crianza de sus hijos conforme a las enseñanzas del evangelio." (Manualgeneral de instrucciones, sección II, "Normas".)

Esposos, esposas, respétense mutuamente y vivan dignos de ese respeto mutuo. Cultiven esa clase de respeto que se expresa a sí mismo en la bondad, en la contemplación, en la paciencia, en el perdón, en el verdadero afecto, sin prepotencia y sin exceso de autoridad.

2. LA BLANDA RESPUESTA


Ahora paso a la segunda piedra angular. Por carecer de una definición mejor, la llamaré "la blanda respuesta".

El escritor de los Proverbios declaró hace mucho tiempo:
"La blanda respuestaquita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor" (Proverbios l5:l)



La voz de los cielos es un silbo apacible y delicado. También lo debe ser la voz de paz en el hogar.

Existe una gran necesidad de disciplinanenj el matrimonio, y no disciplina impuesta sobre el cónyuge, sino sobre uno mismo.

Esposos y esposas, recuerden que "mejor es el que tarda en airarse que el fuerte" (Proverbios 16:32). Cultiven el arte de la respuesta blanda. Será una bendición para sus hogares, para sus vidas, para el matrimonio en sí y para los hijos.

3. HONRADEZ EN LA ECONOMÍA



La piedra angular número tres es la honradez en la economía. He llegado a la conclusión de que el dinero es causa de mayor discordia en el matrimonio que todas las demás causas combinadas.
Sé que no hay mejor disciplina ni otra más merecedora de bendiciones que la obediencia al mandamiento dado al antiguo Israel mediante el profeta Malaquías:
"Traed todos los diezmos al alfolí... y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde" (Malaquías 3:10).

Aquellos que viven honradamente para con Dios casi de seguro vivirán honradamente para con su prójimo. Al asegurarse de cumplir con el pago de su diezmo y ofrendas, ganarán disciplina en la administración de sus propios recursos. Vivimos en una época de propaganda persuasiva y de habilidosos vendedores, todo ello con el fin de inducirnos a gastar. Un esposo o esposa de hábitos extravagantes puede poner en peligro cualquier matrimonio. Considero que es un buen principio que todos tengamos algo de libertad en nuestros gastos cotidianos, pero que al mismo tiempo analicemos y lleguemos a acuerdos en cuanto a gastos mayores. Nos enfrentaríamos á menos decisiones apresuradas, a menos inversiones insensatas, a menos consecuentes pérdidas y a menos bancarrotas si el marido y la mujer se sentaran y analizaran tales asuntos juntos y buscaran el consejo de otras personas.

Sean honrados para con el Señor. Sean honrados el uno para con el otro como matrimonio. Sean honrados para con el prójimo. Hagan del pago de sus deudas a tiempo un principio cardinal en sus vidas. Consúltense mutuamente y sean unidos en las decisiones que tomen, y el Señor les bendecirá por esto.

4. ORACIÓN FAMILIAR

La piedra angular final sobre la cual edificar una familia es la oración familiar.
No sé de ninguna otra práctica que tenga un efecto más saludable en la vida de una familia que la de inclinarse juntos en oración. Las palabras "Nuestro Padre Celestial" en sí tienen un efecto enorme. Uno no puede pronunciarlas con sinceridad y reconocimiento a menos que se sienta responsable hacia Dios. Las pequeñas tormentas que parecen afligir a todo matrimonio adquieren poca consecuencia cuando uno se arrodilla ante el Señor y se dirige a El en súplica.
Las conversaciones diarias que tengan con El llevarán una paz al corazón y una dicha a la vida que no puede provenir de ningún otro origen. El compañerismo se enternecerá con el paso de los años, y el amor se fortalecerá. El aprecio mutuo crecerá.

Los hijos se verán bendecidos con un sentimiento de seguridad que deriva de vivir en un hogar en donde reina el Espíritu de Dios. Ellos aprenderán a amar a padres que se aman entre sí y nutrirán sus corazones con un espíritu de respeto. Experimentarán la seguridad de palabras tiernas pronunciadas en forma apacible. Se cobijarán en el refugio que ofrecen un padre y una madre que, viviendo honradamente para con Dios, viven honradamente entre ellos y para con su prójimo. Madurarán en un sentimiento de reconocimiento al escuchar a sus padres expresar agradecimiento en oración por las bendiciones grandes y por las pequeñas. Crecerán con fe en el Dios viviente.

Ese vínculo se endulzará y se fortalecerá con el paso del tiempo y permanecerá por toda la eternidad. El amor y el aprecio mutuos crecerán, y con el paso de los años uno podrá decir como una famosa poetisa lo hizo:



"Cuánto te amo, déjame decirte . . .
Te amo más con el paso de los días.
Te amo en silencio ante la luz del sol
y ante la apacible de una vela.
Te amo libremente, como quien busca lo bueno.
Te amo con pureza, como quien lo sencillo anhela.
"Te amo con mi aliento,
con lo triste y lo alegre que la vida da;
y si así Dios lo dispone,
mucho más te amaré en la eternidad."
(Elizabeth Barrett Browning, Sonnetsfrom the Portuguese, núm. 43.)

Que Dios les bendiga, mis hermanos y hermanas, esposos y esposas, unidos en el sagrado vínculo del matrimonio, por esta vida y por la eternidad, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.