domingo, 25 de octubre de 2009

EL TRABAJO Y LA AUTOSUFICIENCIA

El presidente Heber J. Grant solía predicar de los principios
del trabajo arduo y de la autosuficiencia. Aconsejaba: “Que piense
todo hombre que es el arquitecto de su propio destino y el
constructor de su propia vida, y que se propone hacer un éxito
de ella por medio de su trabajo. ‘Seis días trabajarás, y harás toda
tu obra’ mas el séptimo día reposarás [véase Éxodo 20:9–11].
No estén dispuestos a trabajar solamente cuatro o cinco días ni
a hacerlo sólo a medias. Trabaje todo Santo de los Últimos Días
arduamente por todo lo que obtenga, ya sea en el trabajo o en
cualquier cosa que haga”


“Debemos tener aspiraciones y el deseo de trabajar al máximo
de nuestra capacidad. El trabajo es agradable al Señor”.

“Cito con mucho gusto… las palabras de Lord Bulwer Lytton:
‘Lo que el hombre necesita no es talento, sino determinación; lo
que necesita no es poder para alcanzar logros, sino la voluntad
de trabajar’. Samuel Smiles dijo: ‘La determinación, al igual que
los huevos, a menos que se incube por medio de la acción, se
desintegra’.
“Lord Lytton, sin lugar a dudas, daba por sentado que cuando
un joven sueña noble y valientemente, ese sueño le inspira a tener
determinación, o un norte, en la vida y a ‘incubar esa determinación
por medio de la acción’ sin permitir que ‘se desintegre’.

El presidente Grant tenía “la disposición para trabajar” tanto
en sus empeños espirituales como en los temporales. Era un trabajador
incansable en calidad de padre, de maestro del Evangelio
y de testigo especial del Señor Jesucristo. Todos los aspectos de
su vida reflejaban el principio que solía enseñar: “La ley del éxito,
tanto aquí como en la existencia venidera, es tener humildad
de corazón y espíritu de oración, y trabajar, trabajar, TRABAJAR”
5. Aconsejaba: “Si tienen aspiraciones, sueñen con lo que deseen
lograr y, entonces, pongan el hombro a la lid y trabajen. Con
tan sólo soñar con algo sin trabajar no se logra nada; lo que importa
es el trabajo propiamente tal. La fe sin obras está muerta,
nos explica Santiago, como el cuerpo sin espíritu está muerto
[véase Santiago 2:17, 26]. Hay muchas personas que tienen fe,
pero carecen de las obras, y yo creo en las personas que tienen
fe y obras, y que tienen la determinación de hacer las cosas”

lunes, 12 de octubre de 2009

LA DUALIDAD DE LA NATURALEZA HUMANA

La pregunta es: Entre ser indulgentes con
nuestra naturaleza física y cultivar lo espiritual de
nuestro yo.
¿Cuál de las dos cosas nos brindaría más la
vida en abundancia?
¿No es ése el verdadero problema?

Introducción

En un discurso que pronunció en una conferencia general de
1949, el presidente McKay hizo el siguiente relato:
“Hay una vieja historia... que cuenta la experiencia de un gran
artista que fue contratado para pintar un mural en la catedral de
un pueblo siciliano. El tema era la vida de Cristo. Durante muchos
años el artista trabajó diligentemente y, al fin, la obra estaba casi
terminada, con excepción de las dos figuras más importantes: el
Niño Cristo y Judas Iscariote, para los cuales buscó modelos por
todos lados.
“ ‘Un día, mientras recorría una parte vieja de la ciudad, vio
unos niños que jugaban en la calle; entre ellos había uno de doce
años cuyo rostro conmovió de corazón al pintor: era el semblante
de un ángel, muy sucio tal vez, pero exactamente la cara que
buscaba.
“ ‘El artista llevó consigo al muchachito, que día tras día permaneció
pacientemente sentado hasta que el rostro del Niño
Cristo quedó terminado.
“ ‘No obstante, el pintor no pudo encontrar un modelo para
la figura de Judas. Temeroso de que su obra maestra quedara
inconclusa, continuó su búsqueda durante varios años.
“ ‘Una tarde, en una taberna, vio entrar a una figura escuálida y
andrajosa que se tambaleó al atravesar la puerta y cayó al suelo,
implorando un vaso de vino. El pintor lo levantó y quedó horrorizado
al ver su rostro, que parecía llevar las marcas de todos los
pecados del ser humano.
“ ‘ “Ven conmigo”, le dijo. “Yo te daré vino, comida y ropa”.
“ ‘Por fin había encontrado el modelo para Judas. Durante
muchos días y parte de muchas noches el pintor trabajó febrilmente
para terminar su obra maestra.
“ ‘Al avanzar la obra, hubo un cambio en el modelo: una extraña
ansiedad reemplazó al letárgico estupor anterior, y sus
ojos inyectados en sangre permanecían fijos con horror en la
pintura que lo representaba. Un día, dándose cuenta de la agitación
que invadía a su modelo, el pintor hizo una pausa en el trabajo
y le dijo: “Hijo mío, quisiera ayudarte. ¿Qué te inquieta
tanto?”.
“ ‘El hombre rompió en sollozos y hundió la cara en las
manos; después de un momento, levantó los ojos de mirada implorante
hacia el viejo pintor.
“ ‘ “Entonces, ¿usted no se acuerda de mí? Hace años ¡yo fui
su modelo para el Niño Cristo!”’”
Después de haberlo contado, el presidente McKay dijo:
“Bueno, el relato puede ser verídico o ficción, pero la lección
que enseña es la realidad de la vida. Aquel hombre disoluto
había tomado una mala decisión en su adolescencia y, buscando
el placer de lo carnal, se había hundido cada vez más hasta
revolcarse en la inmundicia.


El presidente McKay enseñó que nuestra existencia terrenal
no es más que una prueba para ver si optaremos por seguir
y cultivar nuestra naturaleza carnal o nuestra naturaleza espiritual.




En cada uno de nosotros hay dos naturalezas opuestas: La física y la espiritual

El hombre es un ser de dualidad y su vida es un plan de Dios.
Ésa es la primera realidad fundamental que se debe tener en cuenta. El hombre tiene un cuerpo natural y un cuerpo espiritual,
y las Escrituras son muy explícitas al afirmarlo:
“Y los Dioses formaron al hombre del polvo de la tierra, y tomaron
su espíritu (esto es, el espíritu del hombre), y lo pusieron
dentro de él; y soplaron en su nariz el aliento de vida, y el hombre
fue alma viviente” [Abraham 5:7].
Por lo tanto, el cuerpo del hombre es el tabernáculo en el cual
mora su espíritu. Son muchas las personas, demasiadas, que tienen
la tendencia a considerar que el cuerpo es el hombre, y en
consecuencia dirigen sus esfuerzos a satisfacer los placeres del
cuerpo, sus apetitos, sus deseos, sus pasiones. Pocos son los que
reconocen que el verdadero hombre es un espíritu inmortal,
que [es] “inteligencia, o sea, la luz de verdad” [véase D. y C.
93:29], animado como entidad individual desde antes de ser
concebido, y que esa entidad espiritual con todos sus rasgos característicos
continuará después que el cuerpo deje de responder
a su ambiente terrenal. El Salvador dijo:
“Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo,
y voy al Padre” (Juan 16:28).
Así como el Espíritu preexistente de Cristo animó un cuerpo
de carne y huesos, del mismo modo sucede con el espíritu preexistente
de todo ser humano nacido en este mundo.
¿Recordarán eso como la primera verdad fundamental de la vida?
La pregunta en cuestión, entonces, es ésta: Entre ser indulgentes
con nuestra naturaleza física y cultivar lo espiritual de
nuestro yo, ¿cuál de las dos cosas nos brindaría más la vida en
abundancia? ¿No es ése el verdadero problema?
El complacer los apetitos y deseos del cuerpo físico satisface
sólo momentáneamente y puede conducir a la desdicha, la desgracia
y, posiblemente, a la degradación. Los logros espirituales
producen “un gozo del cual no hay por qué arrepentirse”.
En su epístola a los Gálatas, Pablo menciona específicamente
“las obras de la carne” y “el fruto del Espíritu”. Fíjense en esta
clasificación: las obras de la carne a las que se hace referencia
son las siguientes:
“...adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
“idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, herejías,
“envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes
a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho
antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de
Dios.
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, “mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
“Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus
pasiones y deseos.
“Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”
(Gálatas 5:19–25).
Hay algo más elevado que la vida animal, es decir, el reino espiritual
donde está el amor, que es el atributo más divino del alma
humana. También están la comprensión, la bondad y otros
atributos semejantes.
Hay algo dentro del [hombre] que lo estimula a elevarse por
encima de sí mismo, a controlar el ambiente que lo rodea, a dominar
el cuerpo y todo lo físico y a vivir en un mundo más noble
y hermoso.
El hombre tiene un destino mucho más grande que la mera vida
animal. ¡Es la influencia del espíritu! Todo hombre, toda mujer
que haya comprendido eso tiene un testimonio de la
dualidad del hombre. Éste tiene un cuerpo, como todos los
otros animales lo tienen; pero tiene algo que sólo proviene de
su Padre Celestial, y tiene derecho a la inspiración y es susceptible
a ella, es sensible a las influencias de su Padre Divino, a través
del Espíritu Santo, que es el intermediario entre nosotros y
Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo.

La vida es una prueba para ver cuál de nuestras naturalezas seguiremos y desarrollaremos.

La experiencia terrenal del hombre no es más que una prueba
para ver si concentra sus esfuerzos, su mente y su alma en las
cosas que contribuyan a la comodidad y la satisfacción de su naturaleza
física, o si dedica su vida a la adquisición de cualidades
espirituales.
“Todo impulso noble, toda expresión abnegada de amor, todo
sufrimiento valiente por el bien, toda entrega de sí mismo a algo
más elevado, toda lealtad a un ideal, toda desinteresada devoción
a un principio, toda ayuda a la humanidad, todo acto de autodominio,
toda magnífica expresión de valor del alma, nunca derrotados
por la simulación ni la costumbre sino practicados por el
hecho de ser, de actuar y de vivir el bien por el bien mismo, todo
eso constituye la espiritualidad”.
Por lo general, en todo hombre hay algo divino que lucha por
perfeccionarlo y sacarlo adelante. Creemos que ese poder que lleva
en su interior es el espíritu que proviene de Dios. El hombre vivió
antes de venir a la tierra, y ahora está aquí para esforzarse por
perfeccionar ese espíritu que lleva dentro de sí. En algún momento
de la vida, en toda persona se despierta el deseo de ponerse
en contacto con el Infinito; su espíritu trata de allegarse a
Dios. Esa manera de sentir es universal, y la profunda verdad es
que todo hombre debería estar embarcado en la misma gran obra:
la búsqueda y el desarrollo de la paz y la libertad espiritual9.
Se nos da la opción de vivir en el mundo físico, como los animales,
o de utilizar lo que la tierra nos ofrece como medio de vivir
en el entorno espiritual que nos llevará de regreso a la
presencia de Dios.
Esto significa, específicamente:
Si optaremos por el egoísmo o si nos negaremos a nosotros
mismos por el bien de los demás.
Si nos entregaremos a la satisfacción de los apetitos [y] pasiones,
o si cultivaremos la circunspección y el autodominio.
Si optaremos por el libertinaje o por la castidad.
Si fomentaremos el odio o el amor.
Si practicaremos la crueldad o la bondad.
Si seremos escépticos u optimistas.
Si seremos traidores —desleales a los que nos aman, a nuestra
patria, a la Iglesia o a Dios— o leales.
Si seremos deshonestos u honrados (nuestra palabra es sagrada).
Si [tendremos] una lengua afilada o dominada.
El hecho de que una persona esté satisfecha con lo que denominamos
como el mundo animal, y con lo que éste le ofrezca,
dejándose llevar fácilmente por sus apetitos y pasiones, y cayendo
cada vez más en el reino de la autocomplacencia; o de que,
por medio del autodominio, se eleve hacia los goces intelectuales,
morales y espirituales depende del tipo de decisiones que
tome día tras día; no, hora tras hora.
Qué parodia de la naturaleza humana se presenta cuando una
persona o un grupo de personas, a pesar de estar investidas con
la conciencia de poder elevarse con dignidad a alturas imperceptibles
para seres inferiores, se contentan con obedecer sus
instintos animales sin hacer un esfuerzo por experimentar el gozo
del bien, la pureza, el autodominio y la fe que surgen del
cumplimiento de las reglas morales. ¡Qué tragedia cuando el
hombre, “hecho poco menor que los ángeles” y coronado “de
gloria y de honra” (Salmos 8:5), se contenta con rebajarse a un
plano animal!
La tierra, con toda su majestad y maravilla, no es el fin ni el
objeto de la creación. “...mi gloria, dice el Señor mismo, “[es]
llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”
(Moisés 1:39). Y el hombre, en ejercicio del divino don del libre
albedrío, debe sentirse en el deber, percibir la obligación de
ayudar al Creador en el cumplimiento de este propósito divino.
El verdadero objeto de la vida no consiste en una mera existencia,
ni en el placer ni en la fama ni en las riquezas. El verdadero
propósito de la vida es el perfeccionamiento de la
humanidad por medio del esfuerzo individual y con la guía de
la inspiración de Dios.
La verdadera vida es una reacción a lo mejor que hay dentro
de nosotros. El vivir sólo para los apetitos, el placer, el orgullo
y el dinero, y no para el bien y la bondad, la pureza y el
amor, la poesía, la música, las flores, las estrellas, Dios y la esperanza
eterna, es privarse del verdadero gozo de vivir.


La espiritualidad exige autodominio y comunión con Dios.

La espiritualidad, nuestra verdadera meta, es la percepción de
la victoria sobre sí mismo y de la comunión con el Infinito.
La espiritualidad nos impulsa a conquistar las dificultades y a
adquirir cada vez más fortaleza. Una de las experiencias más sublimes
de la vida es sentir que nuestras facultades se ensanchan
y que la verdad nos expande el alma. El ser verídico consigo mismo
y leal a ideales elevados cultiva la espiritualidad. La verdadera
prueba de cualquier religión consiste en ver qué clase de
personas logra hacer. El ser “honrados, verídicos, castos, benevolentes,
virtuosos y... hacer el bien a todos los hombres” [véase
Artículos de Fe 1:13] son virtudes que contribuyen al logro más elevado del alma: “lo que convierte al hombre en rey de todo lo creado es ese don supremo que es lo divino que lleva en
su interior”.
La persona que... [tiene] el deseo de mejorar el mundo en el
que vive, de contribuir a la felicidad de su familia y de sus semejantes,
y que lo hace todo para la gloria de Dios, cultivará su
espiritualidad hasta el grado en que renuncie a sí misma por
esos ideales. Ciertamente, sólo hasta el punto en que logre hacerlo se levantará por encima del nivel del mundo animal.




La espiritualidad y la moralidad, tal como las enseñan los
Santos de los Últimos Días, están firmemente basadas en principios
fundamentales, principios de los cuales el mundo jamás podrá
escapar, aunque lo desee; y el primer principio fundamental
es la creencia —para los Santos de los Últimos Días, el conocimiento
— en la existencia de un Dios personal. Se enseña a los
niños de la Iglesia a reconocerlo, a orar a Él como una Persona
que puede escuchar y oír, así como sentir, igual que un padre terrenal
escucha y oye y siente, y ellos absorben de sus padres el
verdadero testimonio de que ese Dios personal ha hablado en
esta dispensación. Todo ello tiene un aura de realidad.
Doy testimonio de que el canal de comunicación está abierto y
que el Señor está listo para guiar a Su pueblo y lo guía. ¿No vale la
pena, entonces, resistir una tentación y evitar buscar oportunidades
de satisfacer un apetito o la propia vanidad como algunas personas
lo hacen, puesto que, cuando lo hacen, merecen la excomunión de
la Iglesia, y esto tan sólo por la satisfacción de un capricho o de una
pasión? Es una puerta abierta, que lleva a dos caminos: uno conduce
al espíritu, al testimonio espiritual que está en armonía con el espíritu
de la Creación, el Espíritu Santo. El espíritu del Señor
anima y aviva a todo espíritu, ya sea en la Iglesia o fuera de ella;
por Él vivimos y nos movemos y somos; pero el testimonio del
Espíritu Santo es un privilegio especial. Es como sintonizar la radio
y oír una voz que está al otro extremo del mundo; los que
no se encuentren en la misma onda no podrán oírla, pero ustedes
la oyen, escuchan esa voz y tienen derecho a oírla y a recibir
su guía, y la recibirán si hacen su parte. Pero si se dejan vencer
por sus propios instintos, y deseos, y pasiones, y se enorgullecen
hasta el punto de empezar a pensar y a planear y a maquinar, y
creen que pueden salirse con la suya sin consecuencias, la perspectiva
se oscurecerá. Habrán logrado su satisfacción, saciado su
pasión y su apetito, pero han negado al espíritu, han cortado la
comunicación entre su espíritu y el Espíritu Santo.
No puedo imaginar ningún ideal más elevado y bendito que
el de vivir de tal modo en comunicación con el Espíritu que podamos
tener comunión con lo Eterno.
Cuando Dios se convierte en el centro de nuestro ser, nos hacemos
conscientes de una nueva meta en la vida: el logro de lo
espiritual. Las posesiones materiales no son ya el objeto principal;
satisfacer, nutrir y deleitar al cuerpo como lo hacen los animales
ya no será el fin que se busque en la existencia terrenal.
No vemos a Dios considerando lo que podemos conseguir de Él,
sino más bien lo que podemos darle.
Sólo entregando por completo nuestra vida interior podremos
elevarnos por encima de la egoísta y sórdida fuerza de la naturaleza.
Lo que el espíritu es para el cuerpo Dios es para el
espíritu; si el espíritu abandona el cuerpo, éste queda sin vida; y
si eliminamos a Dios de nuestra existencia, la espiritualidad empieza
a languidecer...
...Resolvamos que, de ahora en adelante, seremos hombres y
mujeres de carácter más elevado y puro, más conscientes de
nuestras debilidades, más bondadosos y caritativos para con las
faltas de los demás. Resolvamos practicar más autodominio en
nuestro hogar, dominar el temperamento, los sentimientos y la
lengua a fin de que no se pasen de los límites de la rectitud y la
pureza; y esforzarnos más por tratar de cultivar la parte
espiritual de nuestro ser, y darnos cuenta de cuánto dependemos
de Dios para lograr el éxito en esta vida.
La realidad de Dios el Padre, la realidad de Jesucristo, el Señor
resucitado, es una verdad que debería morar en toda alma humana.
Dios es el centro de la mente humana, tal como el sol es
el centro de este universo, y una vez que sintamos Su
Paternidad, que percibamos Su proximidad, que comprendamos
la divinidad del Salvador, las verdades del Evangelio de
Jesucristo seguirán tan naturalmente como el día sigue a la
noche y la noche al día.