jueves, 18 de agosto de 2011

Sé valiente

[Las] pautas del libro de Josué se combinarán para brindarnos la más potente fuente de valor y fortaleza que existe: la fe en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo.

Muchas veces, cuando las Autoridades Generales se dirigen a los hermanos del sacerdocio en la conferencia general, comienzan diciendo que sienten que se están dirigiendo a un “gran ejército” de poderosos líderes del sacerdocio. Esta noche, siento que estoy frente a un “gran ejército” de hijas escogidas de Dios. Ustedes han sido escogidas para ir hacia adelante al lado de esos valientes poseedores del sacerdocio, en rectitud en estos últimos días. Son una vista imponente y hermosa.





Me gustaría comenzar esta tarde con un repaso breve del contexto histórico de nuestro lema, Josué 1:9: “…[esfuérzate y sé] valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas”. Moisés fue el gran profeta que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, donde habían sido esclavos y habían sido inducidos a adorar a dioses falsos. Después de 40 años de privaciones en el desierto, estaban ya muy cerca de su nuevo hogar, donde serían libres para adorar al Dios verdadero y viviente. Tras la muerte de Moisés, Josué fue llamado por Dios para ser el profeta que finalizaría ese milagroso trayecto. Josué era un líder de mucha influencia. En el Diccionario Bíblico, en inglés, se lo define como “la clase más alta del guerrero devoto” e indica que su nombre significa “Dios es ayuda” (Diccionario Bíblico en inglés, “Joshua”). Su liderazgo inspirado fue muy necesario, ya que aún había muchos ríos que cruzar y batallas que ganar antes de que pudieran realizar y obtener todo lo que el Señor había prometido a los hijos de Israel. El Señor sabía que el profeta Josué y los hijos de Israel tendrían que ser muy valientes en esa época. En el primer capítulo del libro de Josué, el Señor le dice varias veces que se esfuerce y que sea valiente. La palabra “valor” se define como “fuerza mental o moral para perseverar y resistir el peligro, el temor o las dificultades” (Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary, decimoprimera edición, 2003, “courage”, cursiva agregada). Mediante el valor y la obediencia, Josué y los hijos de Israel pudieron entrar a la tierra prometida y hallar felicidad en las bendiciones del Señor. Josué y los hijos de Israel vivieron hace mucho, mucho tiempo; pero en la actualidad, también nos esforzamos por entrar a una “TIERRA DE PROMISIÓN”. Nuestra meta máxima es obtener la vida eterna con nuestro Padre Celestial. En el primer capítulo del libro de Josué, encontramos cuatro pautas seguras que nos ayudan a vencer obstáculos, a completar la jornada y a disfrutar las bendiciones del Señor en nuestra “tierra de promisión”. Primero, en el versículo 5, el Señor le promete a Josué: “…no te dejaré, ni te desampararé”. Podemos encontrar fuerza y valor en esta promesa de que el Señor siempre estará allí para apoyarnos y que nunca nos dejará solos. Se nos enseña que nuestro Padre Celestial conoce y ama a cada uno de Sus hijos. Como una de Sus preciadas hijas, ustedes tienen acceso a Su seguridad y guía mediante el poder de la oración. En Doctrina y Convenios leemos: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones” (D. y C. 112:10). Creo estas palabras y les prometo que nuestro Padre Celestial sí escucha y responde nuestras oraciones. Sin embargo, a menudo se requiere paciencia cuando estamos “…esperan[do] al Señor” (véase Isaías 40:31). Cuando esperamos, podemos llegar a creer que se nos ha abandonado o que no se han escuchado nuestras oraciones, o posiblemente que no somos dignos de recibir una respuesta. Eso no es verdad. Me encantan las palabras consoladoras del rey David: “Pacientemente esperé a Jehová, y él se inclinó a mí y oyó mi clamor” (Salmo 40:1). No importa lo que lleguen a afrontar en su jornada personal, la primera pauta que se da en Josué nos recuerda que oremos, seamos pacientes y recordemos la promesa de Dios: “…no te dejaré, ni te desampararé” (Josué 1:5). La segunda pauta se encuentra en el versículo 7, donde el Señor le dice a Josué: “…[cuida] de hacer conforme a toda la ley… no te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que prosperes en todas las cosas que emprendas”. El Señor instruye a Josué que obedezca los mandamientos estrictamente, y que no se desvíe del camino del Señor. El presidente Howard W. Hunter enseñó: “Josué sabía que su obediencia traería éxito, y aunque no sabía exactamente cómo lograría ese éxito, ya tenía confianza en que obtendría los resultados. Sin duda las experiencias de los grandes profetas [que se encuentran en las Escrituras] se han registrado [y preservado] para ayudarnos a comprender la importancia de escoger el camino de la obediencia estricta” (“Nuestro compromiso con Dios”, Liahona, enero de 1983, pág. 109).

Hace un mes visité a un grupo de mujeres jóvenes y les pregunté a las de más edad qué consejo darían a una nueva abejita para ayudarle a mantenerse fiel y virtuosa en toda situación en que se encontrase. Una de las jóvenes dijo: “Cuando camines por los pasillos de la escuela, es posible que veas, de reojo, algo que te llame la atención, algo que no parezca estar bien del todo. Quizá sientas curiosidad y quieras mirar, pero mi consejo es éste: No mires. Te prometo que si miras, te arrepentirás. Hazme caso, mira sólo hacia el frente”. Al escuchar a esta jovencita, supe que estaba escuchando el consejo del Señor a Josué: “…no te apartes de [él] ni a la derecha ni a la izquierda” (véase Josué 1:7), aplicado a una situación cotidiana en estos últimos días. Jovencitas, eviten las tentaciones que las rodean mediante la obediencia estricta a los mandamientos. Miren directamente al frente hacia su meta eterna. La segunda pauta nos recuerda que al hacerlo, estarán protegidas y “prosper[arán] en todas las cosas que emprenda[n]” (Josué 1:7). El versículo 8 contiene la tercera pauta. En ella, el Señor se refiere al “libro de la ley” y le dice a Josué: “…de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito… y todo te saldrá bien”. El Señor está instruyendo a Josué, y a todos nosotros, que leamos las Escrituras. El estudio diario de las Escrituras, en especial el leer el Libro de Mormón, establece un cimiento firme para que ustedes desarrollen un testimonio de Jesucristo y de Su Evangelio; también invita al Espíritu a su vida. El presidente Harold B. Lee aconsejó: “Si no estamos leyendo a diario las Escrituras, nuestro testimonio está disminuyendo, [y] nuestra espiritualidad no está aumentando en profundidad” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2001, pág. 73).

Dentro de las páginas de las Escrituras se encuentran innumerables indicaciones, promesas, soluciones y recordatorios que nos ayudarán en nuestra jornada hacia la “tierra de promisión”.

La tercera pauta nos indica que leamos las Escrituras y que las meditemos diariamente, a fin de que podamos encontrar prosperidad y éxito. Después de que el Señor termina de hablar con Josué, éste se dirige a los hijos de Israel. Al final de su discurso, en el versículo 16, los hijos de
Israel responden a sus palabras y nos brindan la cuarta pauta. Ellos dicen: “Nosotros haremos todas las cosas que nos has mandado, e iremos adondequiera que nos mandes”.
Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tenemos la oportunidad de hacer el mismo compromiso de seguir a nuestro profeta, al presidente Thomas
S. Monson, que nos acompaña esta noche. Por medio de la oración y la confirmación del Espíritu, cada una de nosotras puede obtener un testimonio personal del profeta viviente. Ese testimonio crecerá conforme escuchemos y observemos sus enseñanzas, y tengamos el valor de aplicarlas a nuestra vida. El escuchar y obedecer el consejo de nuestro profeta, nos permite tener acceso a bendiciones especiales. Escuchen algunas de las promesas proféticas que el presidente Monson nos extendió en la última conferencia general: “Que Dios los bendiga; que la paz que Él ha prometido los acompañe ahora y siempre…” (“Palabras de clausura”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 110). “…nos esperan grandes promesas si somos leales y fieles…” (“Se prudente… a tu alma gobernad”, Liahona; noviembre de 2009, pág. 69). “…invoco las bendiciones del cielo sobre cada uno de ustedes” (Liahona, noviembre de 2009, pág. 110).
Las invito a que escuchen la próxima semana en la conferencia general las instrucciones y las promesas dadas por medio de nuestro Profeta y de los Apóstoles. Luego, apliquen la cuarta pauta al comprometerse a seguir el consejo del profeta y al reafirmar: “haremos todas las cosas que nos [ha] mandado, e iremos adondequiera que nos [mande]” (Josué 1:16).
En este momento, estas cuatro pautas: la oración, la obediencia a los mandamientos de Dios, el estudio diario de las Escrituras, y el compromiso de seguir al Profeta viviente, pueden parecer cosas pequeñas y sencillas. Les recuerdo el pasaje de las Escrituras que se encuentra en Alma: “…he aquí, te digo que por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas” (Alma 37:6). Cuando aplicamos en nuestra vida diaria esas cuatro “pequeñas y sencillas” pautas del libro de Josué, éstas se combinarán para brindarnos la más potente fuente de valor y fortaleza que existe: la fe en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo.

Nuestro Padre Celestial sabe que nuestra jornada personal no es fácil. Cada día nos enfrentamos a situaciones que requieren valor y fortaleza. Un artículo reciente en el diario Church News, me llamó la atención: “Una maestra de secundaria hace unos meses comenzó su instrucción un día pidiendo a aquellos de sus alumnos que apoyaran un argumento político que se pusieran de pie a un lado del aula, y a los que se opusieran, que se pusieran de pie al otro lado. “Después de que los alumnos se ubicaron, la maestra adoptó la postura de los que se oponían. Señalando a una joven del lado de los que estaban a favor, la maestra comenzó a atacarla a ella y a los otros compañeros por sus puntos de vista. “La jovencita, que era una Damita de su barrio, resistió el ataque que criticaba sus creencias. “[Permaneció] tranquila frente a un ataque público dirigido por alguien que tenía autoridad” (“What youth need”, Church News, 6 de marzo de 2010).
Esta jovencita demostró gran valor en su propio campo de batalla, que ese día resultó ser el aula de su escuela. Dondequiera que se encuentren y sea lo que sea lo que afronten, espero que aprovechen las pautas que se encuentran en el libro de Josué para que puedan confiar en la promesa del Señor: “…[esfuérzate y sé] valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (véase Josué 1:9).
Deseo dejarles mi testimonio de que nuestro Padre Celestial conoce y ama a cada una de ustedes. Si se allegan a Él, ¡no les fallará! Las bendecirá con la fortaleza y el valor que necesiten para completar la jornada de regresó a Él. Estoy agradecida por las Escrituras y por los poderosos ejemplos como el del profeta Josué. Estoy agradecida por el presidente Monson, que se esfuerza por guiarnos a salvo de regreso a nuestro Padre Celestial. Es mi oración que, como los hijos de Israel, entremos a nuestra “tierra de promisión” y encontremos descanso en las bendiciones del Señor. Digo estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén

por Am M. Dibb

domingo, 5 de junio de 2011

“Escogeos hoy a…”

“El Señor nos ha prometido que si escogemos su camino, seremos bendecidos en abundancia e inmensurablemente, de maneras que exceden nuestra comprensión.”

Después de la resurrección de Cristo, los Doce Apóstoles predicaron el evangelio en la ciudad de Jerusalén. El mensaje de ellos llegó al corazón de muchas personas y, tras testificar de la realidad de la resurrección del Señor, les preguntaron: “… Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).

Desde entonces, esa misma pregunta ha salido de labios de personas de todo el mundo, personas como vosotros y como yo. A diario tenemos que tomar decisiones con respecto a nuestro bienestar físico, emocional y espiritual, así como al bienestar de los que nos rodean. Lo que decidamos hacer se basa en nuestro entendimiento de lo que es bueno y recto para nosotros y procuramos evitar dar pasos en falso y cometer errores. Anhelamos la felicidad y el bienestar.

En mi propia vida, ese anhelo de una vida mas feliz y mas plena me ha llevado a evaluar con mayor esmero lo que decido hacer cada día. Y cuando siento la mayor necesidad de contar con un principio que me guíe es cuando me encuentro en una encrucijada, ya que sin cierta orientación me siento incapaz de seguir adelante sin cejar.

Una cosa es conocer el camino y otra, seguirlo. Algunos quizá luchemos buscando principios guías, algún fundamento en el cual apoyarnos, en tanto que otros que han trazado el plan perfecto nunca hallan la motivación, ni el tiempo ni la valentía para seguirlo. De un modo u otro, nos quedamos estancados por no comprender que la verdadera felicidad proviene de la realización de nuestros planes, creencias y esperanzas.

Creo que el fundamento y la luz guía de todas nuestras decisiones es el Evangelio de Jesucristo y Su mensaje al mundo. Las enseñanzas de Cristo deben estar impresas en nuestros deseos de escoger lo bueno y de ser felices. La vida justa de nuestro Señor debe reflejarse en nuestros actos. El Señor no sólo enseña el amor: El es amor. El no sólo habló de la importancia de la fe, el arrepentimiento, el bautismo y el don del Espíritu Santo: El vivió lo que esnifen; su vida reflejó el evangelio que predicó. Hubo y hay una armonía total entre sus pensamientos y sus actos.

Opino que si queremos ser verdaderos cristianos, tenemos que fundamentar nuestras vidas en principios verdaderos, y nuestros actos deben reflejarlo. No creo que podamos escoger que principios son los mas convenientes. No obstante, en esta ocasión, quisiera mencionar los mas gratos para mi y que me han servido en mi empeño de llevar una vida cristiana.

Cuando un hombre preguntó a Cristo que debía hacer para heredar la vida eterna, El le respondió: “Amaras al Señor tu Dios … y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27). El amor es la esencia del evangelio y la luz guía de la vida cristiana, que no sólo nos enseña a mirar hacia Dios sino también hacia nuestro prójimo, por lo que debemos dedicar nuestro corazón, alma y mente al Señor y a nuestro prójimo: hombres, mujeres y niños. Pero, ¿que significa eso en realidad? Significa que sigamos la admonición de las Escrituras: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15); significa que vivamos el ejemplo del buen samaritano, que no tenia prejuicios ni excusas, por lo que amó de verdad a su prójimo, recorrió la segunda milla y dio de lo que tenia pese a todas las desventajas, decidido sólo a prestar servicio. En contraste con eso, el apóstol Santiago dijo: “El hombre de doble animo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:8). Un antiguo adagio suizo describe la indecisión diciendo:

Con un pie dentro y otro fuera no se esta dentro ni se esta fuera; no se es frío ni caliente, ni redondo ni cuadrado. Pobre, muy pobre y siempre limitado es el indeciso, que no sabe dónde comenzar ni a dónde ir.

El vivir cristiano no pone sus principios en el plano de la indecisión. El Señor nos ha prometido que si escogemos su camino, seremos bendecidos en abundancia e inmensurablemente, de maneras que exceden nuestra comprensión. El vivir cristiano exige decisión y dedicación, una dedicación desprovista de fanatismo y llena de comprensión y de amor; una dedicación que, sin conocer el egoísmo, sabe de nuestras necesidades personales; una dedicación que abarca a todo el genero humano y conserva la mira en el Señor. Es una dedicación que brinda regocijo y que, al mismo tiempo, rara vez carece de aflicción, desilusión e inquietud.

No siempre es fácil escoger hacer lo correcto y algunos luchamos toda una vida por hallar el camino recto. Recordemos que no nos corresponde juzgar a los que se encuentren confusos o no tengan las fuerzas necesarias para cambiar. Lo que ellos necesitan es nuestra comprensión y nuestro apoyo.

Cuando Jesús fue a las regiones de Judea, un joven le dijo: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Que mas me falta?” (Mateo 19:20.) Si bien la respuesta de Cristo fue sencilla también fue poderosa: “… anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mateo 19:21).

Cristo nos dice eso a todos y no sólo al joven rico que se fue triste. El Señor nos manda dar de nuestras riquezas, sean estas lo que fueren: para algunos son bienes materiales; para otros, tiempo o talentos. Para los que tengan riquezas terrenales, no significa que no disfruten de las comodidades de la vida por las que han trabajado, sino que las utilicen para hacer el bien y las compartan con los necesitados. Pongamos el corazón en prestar ayuda a los que la necesitan.

Pero el dinero solo no aligera las cargas de nuestros semejantes, y muchos vivimos donde el dinero escasea. El mundo tiene necesidad de tiempo y, si tenemos aunque sólo sea una hora libre, somos ricos. Se requiere tiempo para escuchar y consolar, se requiere tiempo para enseñar y animar, así como para alimentar y vestir. Todos tenemos la facultad de aligerar nuestras mutuas cargas y consolar a alguien.

Aunque hay necesitados por todas partes, muchas veces estamos ciegos a las necesidades de los demás o nos dan miedo las personas cuya compañía nos hace sentir incómodos. Si, admiramos a gentes y a organizaciones por los muchos servicios que prestan, y, si, nos regocijamos con los asombrosos cambios sociales que se han verificado hace poco en tantos países. Pero nuestra admiración e interés no bastan; gentes de todas partes del mundo precisan nuestra ayuda. Resolvamos servir ahora aunque ello signifique dejar la comodidad de nuestra casa por un tiempo.

En muchos esos, ni siquiera tendremos que ir muy lejos, ya que en nuestros propios vecindarios hay personas de todas las edades que están desamparadas, desahuciadas y solitarias. No esperemos un mundo mejor, ni gobiernos y sociedades mas perfectos si no estamos dispuestos a hacer nuestra parte.

Echemos una mirada a nuestro alrededor y si no vemos pobreza, enfermedad ni desesperación en nuestro propio vecindario o barrio, entonces busquemos con mayor ahínco. Y recordemos, no tengamos miedo de salir de nuestro círculo social y cultural. Tenemos que desprendernos de los prejuicios religiosos, raciales y sociales, y extender las fronteras de nuestro servicio. El servicio nunca debe ser discriminatorio y rara vez es fácil. ¿Acaso no se juntó Jesús con aquellos que los orgullosos fariseos consideraban indignos? ¿Y no eran esas personas las que mas le necesitaban?

Es cierto que las necesidades del mundo pueden abatirnos y que las injusticias de la vida y los males de la sociedad pueden paralizarnos, pero creo que ninguna causa buena es en vano y que si ayudamos aunque sea a una persona, el mundo es un lugar mejor. Escoged hoy el servicio que prestareis y hacedlo con prudencia. Preparaos para servir de ayuda al prójimo. Hay muchas causas buenas tanto dentro como fuera de la Iglesia. Se necesitan voluntarios que den de su tiempo y talentos a los menos afortunados.

Amar y cuidar a otras personas requiere una decisión y esta debe ser la respuesta a la exhortación del Señor: “… ven, sígueme”; es la respuesta que dieron los Apóstoles a los que les preguntaron: “¿que haremos?” Decir “no puedo” es que la decisión es no; es una decisión que nos quitara la mismísima felicidad que buscamos y, sobre todo, es contraria a la vida cristiana.

Os testifico que sólo estaremos en el servicio de nuestro Dios si nos hallamos en el servicio a nuestros semejantes. (Véase Mosíah 2:17.1 Confío en que tengamos la sabiduría y la determinación de decidir hoy día a quien deseemos servir, y ruego que, junto con el profeta Josué, decidamos: “… pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). En el nombre de Jesucristo. Amen.

por el élder Hans B. Ringger

El Cruce de Caminos

En el cuento clásico de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, Alicia se encuentra ante un cruce de caminos con dos senderos, cada uno de los cuales se perdía en la distancia pero en direcciones opuestas, y se encuentra con el gato de Cheshire, a quien Alicia pregunta: “¿Qué camino he de tomar?”.

El gato contesta: “Eso depende mucho del lugar adonde quieras ir. Si no sabes adónde quieres ir, no importa qué camino sigas” 1 .



A diferencia de Alicia, cada uno de ustedes sabe adónde quiere ir. importa el camino que sigan, porque el sendero que sigan en esta vida conducirá al sendero que seguirán en la siguiente.

Nuestro Padre Celestial nos ha dado a cada uno la virtud de pensar, razonar y tomar decisiones. Cada uno tiene la responsabilidad de elegir. Quizás ustedes se pregunten: “¿Son las decisiones que se toman de verdad tan importantes?”. Les afirmo que las decisiones que se toman determinan el destino; ustedes no pueden tomar decisiones eternas que no tengan consecuencias eternas.

Quisiera darles una fórmula sencilla mediante la cual pueden medir las decisiones que deban tomar y que es fácil de recordar: “No pueden obrar bien haciendo lo malo, ni pueden obrar mal haciendo lo bueno”.

Se necesita valor para pensar lo bueno, escoger hacer lo bueno y hacer lo bueno, porque muy raras veces, ese camino será el más fácil de seguir. La meta de ustedes es obtener la vida eterna en el reino de nuestro Padre, y si han de lograrla, ciertamente tendrán que tener autodisciplina.

Ustedes son preciosos a la vista de nuestro Padre Celestial; Él oye sus oraciones y les hace llegar Su paz y Su amor. Permanezcan cerca de Él y de Su Hijo y no andarán solos.


Pte. Thomas S. Monzon

Tomado de Liahona abril 2004

lunes, 21 de febrero de 2011

PIEDRAS ANGULARES DE UN HOGAR FELIZ

por el presidente Gordon B. Hinckley
En la charla fogonera para matrimonios llevada a cabo en el Tabernáculo de la Manzana del Templo el 29 de enero de 1984.

Siempre tengo presente la ternura de mi padre hacia mi madre. Ella murió a la edad de 50 años y durante su enfermedad, mi padre se desvivía por atenderla y hacerla sentir tan cómoda como pudiera. Pero esto no fue algo que aconteció debido a la enfermedad de mi madre, sino que siempre fue así.

En nuestro hogar de la infancia, nosotros sabíamos, y nos resultaba evidente debido a lo que se percibía y no a ninguna declaración, que ellos se amaban, se respetaban y se honraban mutuamente.

Que bendición ha resultado eso para nosotros. De niños nos proporcionaba una inmensa seguridad. Al ir creciendo nuestros pensamientos y nuestras acciones, se vieron inspirados por el recuerdo de aquel ejemplo.

Mi amada compañera y yo hemos estado casados ya por más de medio siglo. También ella tiene la bendición de haber sido criada en un hogar en el que reinó siempre un espíritu de compañerismo, amor y confianza. Sé que la mayoría de ustedes proviene de hogares así; lo que es más, sé que la mayoría de ustedes vive vidas felices y llenas de amor en sus propios hogares. Pero también hay muchas personas, realmente muchas, que no son tan felices.

Siempre tengo presente la ternura de mi padre hacia mi madre. Ella murió a la edad de 50 años y durante su enfermedad, mi padre se desvivía por atenderla y hacerla sentir tan cómoda como pudiera. Pero esto no fue algo que aconteció debido a la enfermedad de mi madre, sino que siempre fue así.

En nuestro hogar de la infancia, nosotros sabíamos, y nos resultaba evidente debido a lo que se percibía y no a ninguna declaración, que ellos se amaban, se respetaban y se honraban mutuamente.

Que bendición ha resultado eso para nosotros. De niños nos proporcionaba una inmensa seguridad. Al ir creciendo nuestros pensamientos y nuestras acciones, se vieron inspirados por el recuerdo de aquel ejemplo.

Mi amada compañera y yo hemos estado casados ya por más de medio siglo. También ella tiene la bendición de haber sido criada en un hogar en el que reinó siempre un espíritu de compañerismo, amor y confianza. Sé que la mayoría de ustedes proviene de hogares así; lo que es más, sé que la mayoría de ustedes vive vidas felices y llenas de amor en sus propios hogares. Pero también hay muchas personas, realmente muchas, que no son tan felices.


IGUALDAD EN EL MATRIMONIO



A los hombres que me escuchan, dondequiera que se encuentren, les digo que si son culpables de un proceder menoscabante hacia sus respectivas esposas, si tienen la tendencia a actuar dictatorialmente para con ellas, si son egoístas y abusadores en sus accio¬nes en el hogar, si así es, deténganse y arrepiéntanse. Arrepiéntanse ahora mientras tienen la oportunidad de hacerlo.


Á ustedes esposas que pasan la vida quejandose y viendo únicamente la parte negativa de las cosas y que sienten que no se les ama ni se les estima, autoanalícense. Si descubren que hay algo equivocado, corríjanlo. Anímense a sonreír, cuiden su apariencia personal y su atractivo. Se negarán a ustedes mismas la felicidad y sembrarán sólo miseria si constantemente se quejan y no hacen nada por enmendar sus propias faltas. Elévense por encima de los clamores de los derechos femeninos y caminen en la dignidad que les corresponde por ser hijas de Dios.

Ha llegado el momento en que debemos dejar el pasado atrás en un espíritu de arrepentimiento y vivir el evangelio con renovada dedicación. Ha llegado el momento en que los cónyuges que se hayan ofendido mutuamente pidan perdón y resuelvan cultivar el respeto y el afecto recíproco, caminando ante el Creador como hijos e hijas dignos de sus bendiciones.

Quisiera leer las palabras del Señor con unas pocas modificaciones:
"El que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán uno. Y ya no serán dos sino que serán uno." (Mateo 19:4-6.)

Dios, el Eterno Padre, dispuso que fuéramos compañeros. Eso implica igualdad.
El matrimonio no es una aventura a la que nos lanzamos intrépidamente. Por supuesto que hay peligros, pero éstos son secundarios ante las grandes oportunidades y mayores satisfacciones que derivan del hacer el egoísmo a un lado y procurar el bienestar mutuo.

Hace algunos años recorté de un periódico un artículo en el que se leía:
"Parece haber una superstición entre muchos miles de jóvenes que se toman de la mano y se abrazan amorosamente en los cines, en el sentido de que el matrimonio es una cabana rodeada de malvas perpetuas, a la que un esposo perpetuamente joven y bien parecido llega a los brazos de una esposa perpetuamente joven y hermosa. Cuando las malvas se marchitan y el aburrimiento y las cuentas comienzan a aparecer, los tribunales civiles se atestan de casos de divorcios.

"Todo aquel que suponga que este proceso es normal irá a perder una enorme cantidad de tiempo gritando a los cuatro vientos que .ha sido robado . . .

"La vida es como un viejo camino campestre: las demoras, las piedras, los abrojos, el polvo, son de tanto en tanto interrumpidos por un paisaje hermoso y algún que otro tramo llano en el camino. El secreto está en dar gracias al Señor por permitirle a uno tan siquiera haber salido de paseo."

El secreto, mis hermanos y hermanas, está en disfrutar del viaje, tomados de la mano como compañeros enamorados. Todos podemos hacerlo mediante un esfuerzo disciplinado de vivir el evangelio.
Recuerden que "si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican". (Salmos 127:1.)

CUATRO PIEDRAS ANGULARES

Arriesgándome a repetir algo que quizás haya dicho antes, quisiera sugerir cuatro piedras angulares sobre las que edificar y nutrir nuestros hogares. No vacilo en prometerles que si así lo hacen, sus vidas se enriquecerán y derivarán de ellas mayor bienestar y la dicha será eterna.

1. RESPETO MUTUO




La primera de estas cuatro piedras angulares es el respeto mutuo.
Cada uno de nosotros es una persona distinta; somos entes autónomos. Y esas cosas que nos hacen diferentes merecen ser respetadas. Y aun cuando es necesario que el hombre y la mujer se esfuercen por acortar tales diferencias, se deben reconocer que existen y que no son necesariamente indeseables. Debe existir respeto del uno para con el otro, por encima de esas diferencias. De hecho, son precisamente esas diferencias las que hacen el matrimonio algo más interesante.

Por mucho tiempo he sostenido que la felicidad en el matrimonio no dependet anto del romanticismo como del constante interés hacia el bienestar del cónyuge. Eso requiere estar dispuesto a pasar por alto debilidades y errores.
Un hombre dijo:
"El amor no es ciego — el amor ve más, no menos. Pero precisamente por ver más, está dispuesto a ver menos." (Julius Gordon, Treasure Chest, ed. Charles L. Wallis [New York: Harper and Row, 1965], pág. 168.)

Muchas son las personas que deben dejar de buscar errores y comenzar a reconocer las virtudes. Un conocido escritor declaró en una oportunidad que "la esposa ideal es cualquier mujer casada con un hombre ideal". (Booth Tarkington, Looking Forward and Others [Gar-den City, N.Y.: Page and Co., 1926], pág. 97.] Lamentablemente hay mujeres que quieren volver a crear a sus respectivos esposos: conforme a su diseño. Algunos esposos lo aceptan como su prerrogativa a fin de esperar que sus esposas se ajusten a aquellas normas que ellos consideran ideales.

Eso jamás da resultado. Lleva únicamente a la contención, a la falta de comprensión y a la amargura.

Debe existir respeto hacia los intereses mutuos. Debe haber oportunidades y estímulo para el desarrollo y la expresión de los talentos individuales. Todo hombre que niega a su esposa el tiempo y el estímulo para que ella desarrolle sus talentos se niega a sí mismo y a pus hijos una bendiriórn que podría engalanar su hogar y su vida.

Es común que digamos que somos hijos e hijas de Dios. El evangelio no ofrece ninguna base para suponer que exista superioridad e inferioridad entre el hombre y la mujer. ¿Es que acaso creemos que Dios, nuestro Padre Eterno, ama menos a sus hijas que a sus hijos? Ningún hombre puede menospreciar a su esposa e inferiorizarla como hija de Dios sin ofender al hacerlo a su Padre Celestial.

Me ofende la sofistería de que para lo único que sirve una mujer Santo de los Últimos Días es para "estar confinada en la casa y embarazada". Se trata de una frase astuta, pero falsa. Por supuesto que creemos en tener hijos. El Señor nos dijo que nos multiplicáramos en la tierra a fin de poder tener gozo en nuestra posteridad, y no hay mayor gozo que aquel que deriva de tener hijos felices y darles un buen hogar. Pero el Señor no ha especificado cantidad alguna ni tampoco lo ha hecho la Iglesia. Ese es un asunto que queda entre la pareja y el Señor.

La declaración oficial de la Iglesia en este asunto dice lo siguiente:
"Los esposos deben ser considerados para con sus respectivas esposas, quienes tienen la mayor responsabilidad no solamente de dar a luz a los hijos sino de velar por ellos desde su infancia, y deben ayudarlas a conservarse saludables y fuertes. Las parejas casadas deben ejercer autocontrol en todos los aspectos de su relación. Deben procurar la inspiración del Señor en todas las instancias de su vida matrimonial y en la crianza de sus hijos conforme a las enseñanzas del evangelio." (Manualgeneral de instrucciones, sección II, "Normas".)

Esposos, esposas, respétense mutuamente y vivan dignos de ese respeto mutuo. Cultiven esa clase de respeto que se expresa a sí mismo en la bondad, en la contemplación, en la paciencia, en el perdón, en el verdadero afecto, sin prepotencia y sin exceso de autoridad.

2. LA BLANDA RESPUESTA


Ahora paso a la segunda piedra angular. Por carecer de una definición mejor, la llamaré "la blanda respuesta".

El escritor de los Proverbios declaró hace mucho tiempo:
"La blanda respuestaquita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor" (Proverbios l5:l)



La voz de los cielos es un silbo apacible y delicado. También lo debe ser la voz de paz en el hogar.

Existe una gran necesidad de disciplinanenj el matrimonio, y no disciplina impuesta sobre el cónyuge, sino sobre uno mismo.

Esposos y esposas, recuerden que "mejor es el que tarda en airarse que el fuerte" (Proverbios 16:32). Cultiven el arte de la respuesta blanda. Será una bendición para sus hogares, para sus vidas, para el matrimonio en sí y para los hijos.

3. HONRADEZ EN LA ECONOMÍA



La piedra angular número tres es la honradez en la economía. He llegado a la conclusión de que el dinero es causa de mayor discordia en el matrimonio que todas las demás causas combinadas.
Sé que no hay mejor disciplina ni otra más merecedora de bendiciones que la obediencia al mandamiento dado al antiguo Israel mediante el profeta Malaquías:
"Traed todos los diezmos al alfolí... y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde" (Malaquías 3:10).

Aquellos que viven honradamente para con Dios casi de seguro vivirán honradamente para con su prójimo. Al asegurarse de cumplir con el pago de su diezmo y ofrendas, ganarán disciplina en la administración de sus propios recursos. Vivimos en una época de propaganda persuasiva y de habilidosos vendedores, todo ello con el fin de inducirnos a gastar. Un esposo o esposa de hábitos extravagantes puede poner en peligro cualquier matrimonio. Considero que es un buen principio que todos tengamos algo de libertad en nuestros gastos cotidianos, pero que al mismo tiempo analicemos y lleguemos a acuerdos en cuanto a gastos mayores. Nos enfrentaríamos á menos decisiones apresuradas, a menos inversiones insensatas, a menos consecuentes pérdidas y a menos bancarrotas si el marido y la mujer se sentaran y analizaran tales asuntos juntos y buscaran el consejo de otras personas.

Sean honrados para con el Señor. Sean honrados el uno para con el otro como matrimonio. Sean honrados para con el prójimo. Hagan del pago de sus deudas a tiempo un principio cardinal en sus vidas. Consúltense mutuamente y sean unidos en las decisiones que tomen, y el Señor les bendecirá por esto.

4. ORACIÓN FAMILIAR

La piedra angular final sobre la cual edificar una familia es la oración familiar.
No sé de ninguna otra práctica que tenga un efecto más saludable en la vida de una familia que la de inclinarse juntos en oración. Las palabras "Nuestro Padre Celestial" en sí tienen un efecto enorme. Uno no puede pronunciarlas con sinceridad y reconocimiento a menos que se sienta responsable hacia Dios. Las pequeñas tormentas que parecen afligir a todo matrimonio adquieren poca consecuencia cuando uno se arrodilla ante el Señor y se dirige a El en súplica.
Las conversaciones diarias que tengan con El llevarán una paz al corazón y una dicha a la vida que no puede provenir de ningún otro origen. El compañerismo se enternecerá con el paso de los años, y el amor se fortalecerá. El aprecio mutuo crecerá.

Los hijos se verán bendecidos con un sentimiento de seguridad que deriva de vivir en un hogar en donde reina el Espíritu de Dios. Ellos aprenderán a amar a padres que se aman entre sí y nutrirán sus corazones con un espíritu de respeto. Experimentarán la seguridad de palabras tiernas pronunciadas en forma apacible. Se cobijarán en el refugio que ofrecen un padre y una madre que, viviendo honradamente para con Dios, viven honradamente entre ellos y para con su prójimo. Madurarán en un sentimiento de reconocimiento al escuchar a sus padres expresar agradecimiento en oración por las bendiciones grandes y por las pequeñas. Crecerán con fe en el Dios viviente.

Ese vínculo se endulzará y se fortalecerá con el paso del tiempo y permanecerá por toda la eternidad. El amor y el aprecio mutuos crecerán, y con el paso de los años uno podrá decir como una famosa poetisa lo hizo:



"Cuánto te amo, déjame decirte . . .
Te amo más con el paso de los días.
Te amo en silencio ante la luz del sol
y ante la apacible de una vela.
Te amo libremente, como quien busca lo bueno.
Te amo con pureza, como quien lo sencillo anhela.
"Te amo con mi aliento,
con lo triste y lo alegre que la vida da;
y si así Dios lo dispone,
mucho más te amaré en la eternidad."
(Elizabeth Barrett Browning, Sonnetsfrom the Portuguese, núm. 43.)

Que Dios les bendiga, mis hermanos y hermanas, esposos y esposas, unidos en el sagrado vínculo del matrimonio, por esta vida y por la eternidad, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

domingo, 23 de enero de 2011

Los tres aspectos de las decisiones

Cada uno de nosotros ha venido a esta tierra con todos
los medios necesarios para tomar decisiones correctas.

Mis amados hermanos del sacerdocio, mi ferviente oración esta noche es que pueda recibir la ayuda de nuestro Padre Celestial al expresar las cosas que me siento inspirado a compartir con ustedes.
Últimamente he estado pensando en las decisiones y sus consecuencias. Ni siquiera pasa una hora del día en la que no tengamos que tomar decisiones de una u otra índole. Algunas son triviales, pero otras son de mayor alcance; algunas no marcarán ninguna diferencia en el orden eterno de las cosas, mientras que otras marcarán toda la diferencia. Al contemplar los diversos aspectos de las decisiones, las he colocado en tres categorías:
Primero, el derecho de elegir
Segundo, la responsabilidad de elegir
Tercero, los resultados de elegir.


Los llamo los tres aspectos de las decisiones. Menciono primeramente el derecho de elegir. Estoy tan agradecido a un amoroso Padre Celestial por el don del albedrío, o el derecho de elegir. El presidente David O. McKay, noveno Presidente de la Iglesia, dijo: “Después de la concesión de la vida misma, el don más grande que Dios ha dado al hombre es el derecho de dirigir esa vida”.

Sabemos que antes de que este mundo fuese, teníamos nuestro albedrío y que Lucifer trató de quitárnoslo. Él no confiaba en el principio del albedrío o en nosotros, y abogó por imponer la salvación. Insistía en que con su plan no se perdería nadie, pero no parecía reconocer —o quizás no le importaba— que además de eso, nadie tendría más sabiduría, más fuerza, más compasión ni más agradecimiento si se seguía su plan. Nosotros, los que elegimos el plan del Salvador, sabíamos que nos embarcaríamos en una jornada peligrosa y difícil, porque caminamos por los caminos del mundo y pecamos y caemos, alejándonos de nuestro Padre. Pero el Primogénito en el Espíritu se ofreció a Sí mismo como sacrificio para expiar los pecados de todos. A través de un sufrimiento indescriptible, Él llegó a ser el gran Redentor, el Salvador de toda la humanidad, lo que hace posible que regresemos con éxito a nuestro Padre. El profeta Lehi nos dice: “Así pues, los hombres son libres según la carne y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él busca que todos los hombres sean miserables como él”. Hermanos, dentro de los confines de cualquier circunstancia en la que nos encontremos, siempre tendremos el derecho de elegir.

Segundo, con el derecho de elegir viene la responsabilidad de elegir. No podemos ser neutrales; no hay un terreno intermedio. El Señor lo sabe; Lucifer lo sabe. Mientras vivamos en esta tierra, Lucifer y sus huestes nunca abandonarán la esperanza de obtener nuestras almas. Nuestro Padre Celestial no nos lanzó en nuestra jornada eterna sin proporcionar los medios por los
cuales pudiésemos recibir de Él guía divina para ayudarnos en nuestro regreso a salvo al final de la vida mortal. Me refiero a la oración. Me refiero, también, a los susurros de esa voz suave y apacible que llevamos en nuestro interior, y no paso por alto las Santas Escrituras, escritas por marineros que navegaron con éxito los mares que nosotros también debemos cruzar. Cada uno de nosotros ha venido a esta tierra con todos los medios necesarios para tomar decisiones correctas. El profeta Mormón nos dice: “…a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal”.
Estamos rodeados —y a veces nos acosan— los mensajes del adversario. Escuchen algunos de ellos; seguro les resultarán conocidos: “Sólo esta vez no importará”. “No te preocupes; nadie lo sabrá”. “Puedes dejar de fumar, o de beber, o de tomar drogas en el momento que lo quieras”. “Todos lo hacen, así que no puede ser tan malo”. Las mentiras son interminables. Aunque en nuestra jornada encontraremos bifurcaciones y vueltas en el camino, simplemente no podemos darnos el lujo de tomar un desvío del que tal vez nunca regresemos. Lucifer, ese astuto flautista mágico, toca su cadenciosa melodía y atrae a los desprevenidos, alejándolos de la seguridad de su camino escogido, del consejo de padres amorosos, de la seguridad de las enseñanzas de Dios. Busca no sólo a lo que se le llama escoria de la humanidad, sino que nos busca a todos nosotros, incluso a los elegidos de Dios. El rey David escuchó, flaqueó, y después siguió y cayó. Lo mismo hizo Caín en una época anterior, y Judas Iscariote en una posterior. Los métodos de Lucifer son astutos y numerosas sus víctimas. Leemos de él en 2 Nefi: “…a otros los pacificará y los adormecerá con seguridad carnal”. “…a otros los lisonjea y les cuenta que no hay infierno…hasta que los prende con sus terribles cadenas”. “…y los conduce astutamente al infierno”.
Al enfrentarnos a decisiones importantes, ¿cómo decidimos? ¿Cedemos a la promesa de placer momentáneo? ¿A nuestros impulsos y pasiones? ¿A la presión de nuestros compañeros? No seamos indecisos como Alicia, en el cuento clásico de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Recordarán que ella se encuentra ante un cruce de caminos con dos senderos por delante, cada uno en direcciones opuestas. Ahí se encuentra con el gato Cheshire, al que le pregunta:“¿Qué camino debo tomar?”.El gato contesta: “Depende mucho del punto adonde quieras ir. Si no sabes adónde quieres ir, no importa qué camino sigas”. A diferencia de Alicia, todos nosotros sabemos a dónde queremos ir, y importa el camino que tomemos, ya que al seleccionar nuestro sendero, escogemos nuestro destino. Constantemente tenemos decisiones
ante nosotros. A fin de tomarlas sabiamente, se necesita valor, el valor para decir no, y el valor para decir sí. Las decisiones sí determinan nuestro destino. Les suplico que tomen la determinación aquí mismo, ahora mismo, de no desviarse del sendero que nos llevará a nuestra meta: la vida eterna con nuestro Padre Celestial. A lo largo de ese sendero estrecho y certero hay otras metas: servicio misional, casamiento en el templo, actividad en la Iglesia, estudio de las
Escrituras, oración, obra del templo. Hay innumerables metas dignas que lograr en nuestro trayecto por la vida. Se necesita nuestro compromiso para lograrlas. Por último, hermanos, hablo de los resultados de las decisiones. Todas nuestras decisiones tienen consecuencias, algunas de las cuales tienen poco o nada que ver con nuestra salvación eterna, y otras tienen todo que ver con ella. Si se ponen una camiseta verde o una azul, a la larga eso no tiene importancia. Sin embargo, si deciden presionar una tecla de la computadora que los lleve a la pornografía, eso marcará toda la diferencia en su vida. Habrán tomado un paso que los quitará del sendero estrecho y seguro. Si un amigo los presiona a beber alcohol o a probar drogas y ustedes ceden a la presión, estarán tomando un desvío del que tal vez no regresen. Hermanos, no importa si somos diáconos de doce años o sumos sacerdotes maduros, todos somos susceptibles. Que mantengamos nuestros ojos, nuestro corazón y nuestra determinación centrados en esa meta que es eterna y que vale cualquier precio que tengamos que pagar, pese al sacrificio que tengamos que hacer para lograrla. Ninguna tentación, ninguna presión, ningún incentivo nos puede vencer a menos que lo permitamos. Si tomamos la decisión incorrecta, no tenemos que culpar a nadie sino a nosotros mismos. El presidente Brigham Young expresó esta verdad en una ocasión, refiriéndose a sí mismo. Dijo: “Si el hermano Brigham tomara el camino equivocado y se quedara afuera del Reino de los cielos, nadie tendría la culpa más que el hermano Brigham. Yo soy el único ser en el cielo, la tierra o el infierno que tendría la culpa”; y agregó: “Esto se aplicará igualmente a todo Santo de los Últimos Días. La salvación es un esfuerzo individual”. El apóstol Pablo nos ha asegurado: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.
Todos hemos tomado decisiones incorrectas. Si aún no hemos corregido esas decisiones, les aseguro que hay una manera de hacerlo. Al proceso se le llama arrepentimiento. Les suplico que corrijan sus errores. Nuestro Salvador murió para proporcionarnos ese bendito don a ustedes y a mí. A pesar de que el sendero no es fácil, la promesa es real: “…aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. “…y yo, el Señor, no los recuerdo más”. No pongan su vida eterna en peligro. Si han pecado, cuanto más pronto empiecen a volver al camino, más pronto encontrarán la dulce paz y el gozo que vienen con el milagro del perdón. Hermanos, ustedes son de linaje real. Su meta es la vida eterna en el reino de nuestro Padre. Esa meta no se logra en un glorioso intento, sino que es el resultado de toda una vida de rectitud, la acumulación de buenas decisiones, incluso una constancia de propósito. Al igual que con cualquier cosa que realmente valga la pena, la recompensa de la vida eterna requiere esfuerzo.
Las Escrituras son claras: “Mirad… que hagáis como Jehová vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a la derecha ni a la izquierda. “Andad en todo camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado”.

Para finalizar, permítanme compartir con ustedes el ejemplo de alguien que a temprana edad decidió cuáles serían sus metas. Me refiero al hermano Clayton M. Christensen, un miembro de la Iglesia que es profesor de administración de empresas en la facultad de economía de la Universidad Harvard. Cuando tenía dieciséis años de edad, el hermano Christensen decidió, entre otras cosas, que no jugaría deportes en domingo. Años más tarde, cuando asistió a la Universidad Oxford en Inglaterra, jugó de centro en el equipo de baloncesto. En la temporada de ese año habían salido invictos y lograron el equivalente británico de lo que en Estados Unidos sería el campeonato universitario de baloncesto NCAA. Ganaron fácilmente los partidos en el campeonato, clasificándose entre los cuatro finalistas. Fue entonces que el hermano Christensen se fijó en el calendario y, para su consternación, vio que el último partido estaba programado para un domingo. Él y el equipo se habían esforzado mucho para llegar hasta ese punto, y él era el centro de los jugadores que inician el partido. Fue a hablarle al entrenador sobre su dilema, quien se mostró indiferente y le dijo al hermano Christensen que esperaba que participara en el juego. Sin embargo, antes del partido final, se jugaría una semifinal. Lamentablemente, el centro de los suplentes se había dislocado el hombro, lo que aumentó la presión para que el hermano Christensen jugara en el último partido. Se fue al cuarto del hotel y se arrodilló para preguntarle a su Padre Celestial si estaría bien, si sólo por esa vez, jugaba en domingo. Dijo que antes de terminar de orar, recibió la respuesta: “Clayton, ¿para qué me lo preguntas? Ya sabes la respuesta”. Fue a donde estaba el entrenador para decirle que lamentaba mucho que no jugaría en el partido final. Después se fue a las reuniones dominicales del barrio local mientras su equipo jugaba sin él. Él oró fervientemente para que ellos tuvieran éxito, y ellos ganaron. Esa difícil y trascendental decisión se tomó hace más de treinta años. El hermano Christensen ha dicho que, con el transcurso del tiempo, considera que fue una de las decisiones más importantes que ha tomado. Hubiera sido muy fácil haber dicho: “Como sabrá, en general, santificar el día de reposo es el mandamiento correcto, pero en mi particular circunstancia atenuante, está bien, sólo por esta vez, si no lo hago”. No obstante, dice que toda su vida ha llegado a ser una serie interminable de circunstancias atenuantes, y que si hubiera hecho una excepción sólo aquella vez, entonces la próxima vez que hubiera surgido algo que fuera sumamente difícil e importante, hubiera sido mucho más fácil volver a hacer otra excepción. La lección que aprendió es que es más fácil cumplir los mandamientos el 100 por ciento del tiempo que un 98 por ciento del tiempo. Mis amados hermanos, que estemos llenos de gratitud por el derecho de elegir, que aceptemos la responsabilidad de elegir, y seamos siempre conscientes de los resultados de las decisiones. Como poseedores del sacerdocio, todos nosotros, unidos como uno, podemos hacernos merecedores de la influencia guiadora de nuestro Padre Celestial al elegir cuidadosa y correctamente. Estamos embarcados en la obra del Señor Jesucristo. Nosotros, como aquellos de tiempos antiguos, hemos respondido a Su llamado. Estamos en Su obra. Tendremos éxito en el mandato solemne: “…sed limpios los que
lleváis los vasos de Jehová”. Ruego que así sea, es mi solemne y humilde oración. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Por el presidente Thomas S. Monson
Octubre 2010

sábado, 20 de noviembre de 2010

EL VALOR DE LA REFLEXION

De entre todas las actividades que le son propias, el acto de reflexionar es el que mayor trascendencia puede otorgar a la existencia del hombre.

Es en la reflexión que el ser humano puede examinar detenidamente su propia esencia y tratar de entender el propósito de su vida, su razón de ser, su destino. Aún si le fuera imposible llegar a encontrar las respuestas que busca, la reflexión le permitiría colocar los diversos aspectos de su vida en la perspectiva adecuada. De esa manera estaría invirtiendo sus energías y encausando sus fuerzas en la dirección que conduce hacia la felicidad.

Sin embargo, en la locura en que se vive al presente, donde los ingredientes de la receta de la felicidad fácil se componen del culto al materialismo y de la imperiosa necesidad de consumir lo que sea; donde la insaciable búsqueda de gratificaciones se suma a la inmediatez que impone el desenfreno por vivir; donde poder, riqueza material y fama combinan una fórmula explosiva que alienta la competitividad salvaje y el desamor, la reflexión se torna un elemento extraño, infrecuente … hasta sedicioso.

La vida moderna le roba al hombre uno de sus bienes más preciosos: el tiempo. De todas sus posesiones, el tiempo es el que tiene una extensión limitada pues nadie puede ahorrarlo ni incrementarlo a voluntad. Sólo puede gastarlo.

El gasto ineficiente de su tiempo empobrece al hombre en varias maneras. Le impide ir llenando su vida de experiencias verdaderamente enriquecedoras, le va dejando su memoria vacía de recuerdos que puedan engrandecerle. En definitiva, atenta contra su progreso y le hace perder las oportunidades irrepetibles de acrecentar su caudal de sabiduría.

Allí es precisamente donde se libra la última batalla: en los recónditos rincones del alma, donde la reflexión tiene lugar y donde se moldean los sentimientos, donde pueden fraguarse el amor y la nobleza o los más bajos pensamientos. Es en ese lugar que la reflexión puede despertar en el ser humano la conciencia de su valor y ayudarle a encontrar el antídoto contra la "robotización" que alienta la locura que envuelve la sociedad moderna.

No debe perderse la práctica de reflexionar pues de lo contrario se pierde la vida. Sea como fuere, debe reservarse tiempo para la reflexión.

Otro valor de la reflexión es que, una vez planteadas las interrogantes que promueve, puede impulsar al individuo a la búsqueda de respuestas. Despojado de distracciones que le desvíen, concentra sus fuerzas en el propósito de entenderse mejor, comprender su destino y reafirmar su ser humano que le distingue del reino animal.

Cuando ello no ocurre vemos en las sociedades comportamientos propios del reino animal. Destrucción por el placer de destruir, egoísmo, fanatismo, violencia…

Mientras se pierde el tiempo en odiar al contrario (trátese de un hincha de fútbol, un practicante de un credo distinto, un congénere de otra raza o por la razón que sea), ¿no sería mejor preguntarse por qué estamos aquí en este planeta?

O preguntar: ¿Existe Dios?

Si es así, ¿cuál es nuestra relación con él?

¿Tiene un propósito nuestra vida?

¿Qué es el Universo?

¿Qué es el bien?

¿Cómo puede conocerse la verdad?

¿Qué es la muerte? ¿Se termina todo con ella?

Naturalmente estas son preguntas cuyas respuestas nunca han encontrado consenso. Pero de algo no hay duda: quienes las han formulado y dedicado sinceramente a resolverlas, han encontrado estabilidad emocional y paz espiritual que la indiferencia nunca ha podido suministrar.

Tales los frutos de la reflexión. Después de todo, la reflexión acerca a Dios y es en Él que está la fuente de toda verdad.

lunes, 25 de enero de 2010

Fortaleza para la Juventud

Como dice el nombre de la entrada, se trata de un folleto que nos ayuda a poder tener normas elevadas.
Estoy seguro que va a ser una gran ayuda.


Link:
Para la fortaleza de la juventud